lunes, 14 de septiembre de 2009

¿Héroes?


Prometiendo que esta será la última entrada referente al mes patrio, nos narran los editores de excelsior on line, la verdadera historia de los llamados "Niños Héroes de Chapultepec" y de como fue utilizada esta tragedia y derrota nacional para enaltecer, de manera equivocada, los valores patrioticos del mexicano, remendando la historia de unos jovenes mexicanos que ya eran heroicos por el hecho de defender a la patria. Aqui esta el texto:




La verdadera historia de los Niños Héroes
Director General Del Instituto Nacional De Estudios Históricos De Las Revoluciones De México.
Al conmemorarse 161 años de su muerte, revisamos cómo han sido víctimas de la historia oficial y sus mitos heroicos.
¿De veras existieron los Niños Héroes?, ¿es cierto que alguno se arrojó al vacío envuelto en la bandera nacional? En estos días patrios resurgen preguntas sobre éste y otros tópicos que demuestran hasta qué grado hizo daño la historia oficial.
El tema de los Niños Héroes, convertido en un mito sagrado del santoral cívico, se ha manipulado hasta alcanzar el efecto contrario que buscan sus patrocinadores: en lugar de que los mexicanos nos sintamos conmovidos y dispuestos a seguir su ejemplo, nos cuestionamos su existencia, dudamos de la veracidad de los relatos y hasta nos permitimos aventurar teorías que denigran su memoria.
La culpa de estas inquietudes es de quienes han usado y abusado de este suceso histórico para tratar de convertirlo en una hazaña sin par, inmaculada, sagrada y provista de todas las virtudes y méritos de una mexicanidad mal entendida.
En primer lugar, los Niños Héroes sí existieron. Su existencia real como personas y alumnos del Colegio Militar está bien demostrada. Los seis nombres que todos recordamos existieron en realidad y perdieron la vida en la batalla del 13 de septiembre de 1847.
En segundo término, no estaban arrestados; pero tampoco, como pretenden las narraciones oficiales, ofrendaron su vida con valor en aras de la patria mancillada por las balas del invasor.
La verdad es que la muerte los encontró cuando combatían y trataban de salvarse de morir en la refriega. En los testimonios que existen de la época, nadie habla de que estuvieran dispuestos a morir, sino sólo de que peleaban por su colegio.¿Cómo murieron? He aquí la circunstancia de cada uno: Juan de la Barrera, que ya no era cadete sino oficial de ingenieros, cayó acribillado mientras defendía una trinchera. Vicente Suárez enfrentó cara a cara a los estadunidenses y murió sosteniendo su posición de centinela, después de marcarles el alto y disparar contra ellos. Agustín Melgar estaba parapetado tras unos colchones desde los que hacía fuego contra el enemigo; lo hirieron gravemente y murió días después. Fernando Montes de Oca y Francisco Márquez fueron literalmente cazados a tiros cuando, junto con la gran mayoría de los cadetes, trataban de escapar del castillo y se descolgaban por una de las paredes.
Por último, Juan Escutia no era alumno del Colegio. Sostengo que se trataba de un soldado del Batallón de San Blas que, sobreviviente de la matanza de que fue víctima esa unidad en las faldas del Cerro del Chapulín, se refugió en el castillo y trató de escapar con los muchachos, falleciendo al ser alcanzado por la metralla invasora mientras descendía por la pared de la fortaleza. Por esa razón, al pie del cerro se encontraron los cadáveres de Márquez, Montes de Oca y Escutia.
¿Se arrojó Juan Escutia con la bandera como dice la leyenda? No, porque el Colegio Militar no tenía bandera y la que estaba en el castillo fue arriada por los estadunidenses, quienes la llevaron a su país como trofeo de guerra y la devolvieron apenas hace algunos años. Además, cuando se recogieron los cadáveres nadie dijo nada de un chico que estuviese arropado en una bandera.Digamos otra cosa más: hay que visitar el castillo para comprobar que el asta bandera donde ese día ondeaba el estandarte nacional está en el centro del edificio y sobre el patio de honor. Aunque Escutia hubiese corrido por la azotea para tratar de tomar vuelo y saltar hasta el cerro, no lo habría logrado y se habría estrellado en los patios.
¿Los Niños Héroes eran verdaderamente niños? No. El mayor de todos, Juan Escutia, tenía 20 años y medio; Juan de la Barrera, 19 años con tres meses; Agustín Melgar estaba a punto de cumplir los 18; Fernando Montes de Oca alcanzó los 18 años con cuatro meses; Vicente Suárez tenía 14 años con cinco meses, y Francisco Márquez poco menos de 14. En términos de madurez, y sobre todo en esa época, en la cual la expectativa de vida era mucho menor, ninguno puede ser clasificado como “niño”, pues un par de ellos estaban ya en la adolescencia y los otros cuatro en la juventud.¿Son auténticos los restos de los Niños Héroes que por decreto oficial se veneran en el monumento de Chapultepec? Ésta es quizás una de las mayores y más groseras falsificaciones de nuestra historia. Los dictámenes en los que se fundamenta el decreto que reconoce su autenticidad fueron deliberadamente manipulados o, más bien, fueron manipulados los restos óseos para que aparecieran conforme a las leyendas: se dijo que se encontraron seis osamentas, una perteneciente a un adulto mayor de 18 años y las otras cinco, a menores de 14; de inmediato, los “historiadores” que avalaron con su firma el dictamen identificaron los huesos adultos con los de Juan de la Barrera y los otros, con los de los cinco cadetes, pensando que en efecto serían niños.
Pero cometieron un pecado gravísimo para un historiador que se precie de serlo, pues no revisaron la fe de bautismo de cada uno. Alguien sembró los restos a propósito, cuidando de que coincidieran con la creencia de la infantilidad de los cadetes sin tomar en cuenta su edad; y alguien más se atrevió a falsear la verdad histórica para satisfacer las ansias de contar con un mito heroico.Hablando claramente, los llamados Niños Héroes, es decir, los alumnos del Colegio Militar, sí fueron héroes en el sentido pleno de la palabra al dar una muestra de valentía, de honor y de decoro que, en efecto, debe ser ejemplo para la juventud: prefirieron sacrificar la comodidad, la seguridad, la tranquilidad, la esperanza de una vida anodina, con tal de cumplir con su deber y quedarse a enfrentar al invasor para defender su colegio. Si en la refriega algunos murieron, ése fue el precio que pagaron por mantenerse dignos y demostrarle al resto del ejército cómo se cumple el deber.
Fueron héroes no por haber muerto, sino porque ellos, junto con medio centenar más de cadetes, resolvieron combatir aun a costa de su vida. Por eso, a los sobrevivientes también debemos concederles los laureles de la heroicidad y no sólo a aquellos que les tocó en suerte morir.


Fuente: http://www.exonline.com.mx

viernes, 4 de septiembre de 2009

Tu tienes reloj, yo tengo tiempo.















Entrevista realizada por VÍCTOR M. AMELA a MOUSSA AG ASSARID.

No sé mi edad exacta, solo aproximada, nací en el desierto del Sahara, sin papeles...! Nací en un campamento nómada tuareg entre Tombuctú y Gao, al norte de Mali. He sido pastor de los camellos, cabras, corderos y vacas de mi padre.

Hoy estudio Gestión en la Universidad Montpellier. Estoy soltero. Defiendo a los pastores tuareg. Soy musulmán, sin fanatismo.
- ¡Qué turbante tan hermoso...!
- Es una fina tela de algodón: permite tapar la cara en el desierto cuando se levanta arena, y a la vez seguir viendo y respirando a su través.
- Es de un azul bellísimo...
- A los tuareg nos llamaban los hombres azules por esto: la tela destiñe algo y nuestra piel toma tintes azulados....
- ¿Cómo elaboran ese intenso azul añil?
- Con una planta llamada índigo, mezclada con otros pigmentos naturales. El azul, para los tuareg, es el color del mundo.
- ¿Por qué?
- Es el color dominante: el del cielo, el techo de nuestra casa.
- ¿Quiénes son los tuareg?
- Tuareg significa "abandonados", porque somos un viejo pueblo nómada del desierto, solitario, orgulloso: "Señores del Desierto", nos llaman. Nuestra etnia es la amazigh (bereber), y nuestro alfabeto, el tifinagh.
- ¿Cuántos son?
- Unos tres millones, y la mayoría todavía nómadas. Pero la población decrece... "¡Hace falta que un pueblo desaparezca para que sepamos que existía!", denunciaba una vez un sabio: yo lucho por preservar este pueblo.
- ¿A qué se dedican?
- Pastoreamos rebaños de camellos, cabras, corderos, vacas y asnos en un reino de infinito y de silencio...
- ¿De verdad tan silencioso es el desierto?
- Si estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de tu propio corazón. No hay mejor lugar para hallarse a uno mismo.
- ¿Qué recuerdos de su niñez en el desierto conserva con mayor nitidez?
- Me despierto con el sol. Ahí están las cabras de mi padre. Ellas nos dan leche y carne, nosotros las llevamos a donde hay agua y hierba... Así hizo mi bisabuelo, y mi abuelo, y mi padre... Y yo. ¡No había otra cosa en el mundo más que eso, y yo era muy feliz en él!
- ¿Sí? No parece muy estimulante. ..
- Mucho. A los siete años ya te dejan alejarte del campamento, para lo que te enseñan las cosas importantes: a olisquear el aire, escuchar, aguzar la vista, orientarte por el sol y las estrellas... . Y a dejarte llevar por el camello, si te pierdes: te llevará a donde hay agua.
- Saber eso es valioso, sin duda...
- Allí todo es simple y profundo. Hay muy pocas cosas, ¡y cada una tiene enorme valor!
- Entonces este mundo y aquél son muy diferentes, ¿no?
- Allí, cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es valioso. ¡Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos, de estar juntos! Allí nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya es!
- ¿Qué es lo que más le chocó en su primer viaje a Europa?
- Vi correr a la gente por el aeropuerto.. . ¡En el desierto sólo se corre si viene una tormenta de arena! Me asusté, claro...
- Sólo iban a buscar las maletas, ja, ja....
- Sí, era eso. También vi carteles de chicas desnudas: ¿por qué esa falta de respeto hacia la mujer?, me pregunté.... Después, en el hotel Ibis, vi el primer grifo de mi vida: vi correr el agua... y sentí ganas de llorar.
- Qué abundancia, qué derroche, ¿no?
- ¡Todos los días de mi vida habían consistido en buscar agua! Cuando veo las fuentes de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro un dolor tan inmenso...
- ¿Tanto como eso?
- Sí. A principios de los 90 hubo una gran sequía, murieron los animales, caímos enfermos... Yo tendría unos doce años, y mi madre murió... ¡Ella lo era todo para mí! Me contaba historias y me enseñó a contarlas bien. Me enseñó a ser yo mismo.
- ¿Qué pasó con su familia?
- Convencí a mi padre de que me dejase ir a la escuela. Casi cada día yo caminaba quince kilómetros. Hasta que el maestro me dejó una cama para dormir, y una señora me daba de comer al pasar ante su casa... Entendí: mi madre estaba ayudándome... .
- ¿De dónde salió esa pasión por la escuela?
- De que un par de años antes había pasado por el campamento el rally París-Dakar, y a una periodista se le cayó un libro de la mochila. Lo recogí y se lo di. Me lo regaló y me habló de aquel libro: El Principito. Y yo me prometí que un día sería capaz de leerlo....
- Y lo logró.
- Sí. Y así fue como logré una beca para estudiar en Francia.
- ¡Un tuareg en la universidad...!
- Ah, lo que más añoro aquí es la leche de camella... Y el fuego de leña. Y caminar descalzo sobre la arena cálida. Y las estrellas: allí las miramos cada noche, y cada estrella es distinta de otra, como es distinta cada cabra... Aquí, por la noche, miráis la tele.
- Sí... ¿Qué es lo peor que le parece de aquí?
- Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la vida quejándose! Os encadenáis de por vida a un banco, y hay ansia de poseer, frenesí, prisa.... En el desierto no hay atascos, ¿y sabe por qué? ¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!
- Reláteme un momento de felicidad intensa en su lejano desierto.
- Es cada día, dos horas antes de la puesta del sol: baja el calor, y el frío no ha llegado, y hombres y animales regresan lentamente al campamento y sus perfiles se recortan en un cielo rosa, azul, rojo, amarillo, verde...
- Fascinante, desde luego...
- Es un momento mágico... Entramos todos en la tienda y hervimos té. Sentados, en silencio, escuchamos el hervor... La calma nos invade a todos: los latidos del corazón se acompasan al pot-pot del hervor...
- ¡Qué paz!
- Aquí tenéis reloj, allí tenemos tiempo.
VICTOR M. AMELA ES PERIODISTA, ESCRITOR, PROFESOR, TERTULIANO Y ANALISTA DE TELEVISIÓN, NACIO EN BARCELONA, ESPAÑA EN 1960.

anexo de la entrada anterior (ó ¡Viva México!)


visto en: yomepongo.blogspot.com


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